martes, 6 de noviembre de 2007

Niña de azúcar cande.

Niña de azúcar cande.



La mujer de agua antes de ser sílfide fue niña de azúcar cande (cristalizada y dulce).


Supo jugar con cañitas voladoras y vandálicos soldados de plomo que conseguía con modosas estrategias infantiles. Perseguía cardenales con red y los instalaba en pompas de jabón, para escándalo de madres solteras y sacerdotes del tarot.


Las niñas de azúcar cande se derriten bien fácil, como las celdas de los prodigiosos pájaros que atrapan.

Intentando una definición

Intentando una definición.




La mujer de agua es solo contenido,
no tiene continente
ni islas ni lechos de océanos submarinos.

La mujer de agua no es agua.

Es mujer presente y poderosa.
Ni pulpo ni estatua,
ni algas ni laguna
ni lava de volcanes.

Es pasado indefinido, remoto,
sin querer ser nenúfar ni duende.
Moja y se acomoda a los perfiles del viento,
desencarcela olores,
interviene en la pintura del mundo,
hace eco de la voz, en los oídos.

Es amorfa e incorporal,
vitamínica pero nunca imaginaria.
Existe en la mente de su creador.
Se aleja del humo y de las carestías.
Lleva el futuro ondeando a su paso,
bailando en las tinieblas
y espera una señal.

Caliente

Caliente.





La mujer de agua es líquida y caliente.
Caliente como un verano a la intemperie,
como un mate recién cebado;
caliente como un arcón que se abandona;
caliente como un cristal de sol caliente,
como el sudor de la piel de los apasionados,
como la pluma de los poetas sin tinteros;
caliente como el relámpago que agoniza,
como el tacto del canónigo
de excepcional belleza;
caliente como el que mira desde el féretro;
caliente como un instrumento
después del concierto concebido,
como la pipa de un indio
despojado de su libertad;
caliente como el alma hirviente
donde la voz se escurre muda
hacia el final de los estanques.

La mujer de agua

La mujer de agua


¿Qué otra felicidad tu violencia pretende?

Louis Aragon.







El cielo espesa la calma.
Violentos ronroneos de gatos salvajes
cesan y murmuran.


La mujer de agua cruza la aurora.
En su pupila resplandece
todo el oro del mundo.
Un rayo atesorado en el pelo
derrite lentamente su lágrima crepuscular,
acorralada en cuerpo.


La mujer de agua
arranca las violetas del pozo
de la sombra.

Tarde

Tarde 

 ¿Estaba mi Lucía 
 con los pies en el arroyo? 
 

Tres álamos inmensos 
 y una estrella. 
El silencio mordido 
por las ranas, semeja 
una gasa pintada 
con lunaritos verdes. 
En el río, 
un árbol seco, 
ha florecido en círculos 
concéntricos. 
Y he soñado sobre las aguas 
a la morenita de Granada. 


  Federico García Lorca.