lunes, 10 de diciembre de 2007

El silbido de la mujer definitiva

Todo desaparecerá,
el rumor del tiempo,
la vida humana,
el ingrato olvido.

Todos perderá su metamorfosis,
su color presente.
La muerte será un eslabón
hacia la trocha enorme que aguarda.

Todo terminará pronto
y sin explicaciones.
Solo ella, su dios personal,
la inmanencia de su ser
y su silbido de mujer de agua,
de mujer definitiva,
lo está abrazando
entre las nubes tormentosas
de este abrumado destierro
de aquí abajo.

Stella Maris

STELLA MARIS


Descalzo por la playa
el hombre plateado la huele.
Está su riego de agua
en el aire marinero
y en el ruido vertical de las olas.
Es el eclipse de sol
del mediodía que lo aturde
y le quema los pies.
Atavío de mujer caracola,
Stella de navegantes solitarios
con huesos de vapor
luciendo alegorías.
Mejor no pensar más.
Le dará
hambruna de besos de lengua
y tendrá que volver a consolarse
con la página en blanco,
su retablo de duelos.













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Él y Ella

Él y Ella




Él copula con la semántica.
Ella goza con intuitiva concupiscencia.

Él exprime una naranja de San Pedro.
Ella ocupa los balcones de la calle Magdalena.

Él documenta los labios y los sella.
Ella siembra chopos y raulíes
no muy lejos de casa.

Él se asoma al polvo literario.
Ella apacigua los cántaros
con ascéticos idilios.

Él anhela quitar las huellas de las cicatrices.
Ella se adentra en las grutas
y se deshace en un túnel.

Él la protege del ciclón.
Ella le enseña a rezar.

Él sueña
que la ve aparecer en el humo,
y ella lo sabe,
claro que lo sabe.

La Piedad

La piedad. Una mujer lo atraviesa, es causa de su deseo, encarna un fantasma litoral. Una mujer que venera no sin espanto, como una fulguración órfica que lo lleva a cuestas en su travesía de aguas. Una mujer de rotaciones y traslaciones, hermética, poética, esdrujularia. Una mujer de sinrazón y de demencia compartida, de vértigo renacentista que lo contempla en el destripamiento huérfana y mayúscula como la estatua de La Piedad. -

De por qué el hombre de plata se hizo bibliotecario.

De por qué el hombre de plata se hizo bibliotecario.


La ouija sentenciò:
"Serás Caballero de la Mesa Redonda".
Entonces, el niño de cera de abejas
les pidió a los Reyes una espada
con incrustaciones de piedras preciosas
como las de verdad.
Años después fue maestro de escuela,
comía salteado
y regalaba a los alumnos ouijas
que recitaban de memoria:
"Serás Harry Potter".
Pero en lugar de buscar la magia
los chicos iban al cine
y compraban pochoclos
que ellos llamaban Pop corn.