domingo, 9 de diciembre de 2007

Coplerío

La mamá del Alto Valle Serrano, inventa coplas para la Zuquita, su niña de azúcar cande.






Zuquita de los delirios
con babas de caracol,
paisanita de los cuentos,
almita de ruiseñor.


Niñita de azúcar cande,
velita de luz y sol,
encabritada en perfumes,
desperdigada en farol.


Zuquita, ven a mis brazos,
espabila tu candor,
que nunca asedien navajas
debajo de tu armazón.





La Zuquita aplaude gozosa, pero insiste en el silencio. No va a decepcionar a la mami diciendo que ella prefiere el tango, el blues y el Rock and Roll.

La alondra

Una canción que llegó desde lejos, a exaltar el azoramiento del hombre de plata:

LA ALONDRA.




Quiero ser una alondra
parida el día del arco iris,
yacer sobre un tigre
en la cuántica ciudad ahogada.

Demando la locura que instala
tu bífido surco añoso
súbitamente adulador,
en la raza de hombres imposibles,
y codicio
anclar sobre tu sombra descubierta,
desnuda de bitácoras.

Quiero ser, ya ves,
turquesa e inviolable,
mientras rizo tu boca con magnolias;
volver envuelta en música
y callando;
pronunciada o silente evocadora
de recuerdos vacíos de matices,
en cruces embriagadas.

Descanse mi garganta que taladra
los pasos de tu piel,
manto de espliego.
Calle la ciénaga.

Ya no oiré el murmullo de lechuzas.
Hoy caigo en la mitad de una pendiente,
fulminada de ardor,
suplementaria.

El paso

EL PASO



La mujer de agua,
arropada en su túnica de siete velos,
camina deslizándose.
Las cerraduras del espacio
se prosternan ante su vulnerable belleza
como libertos de la tribu,
como meretrices de poncho mojado.
Sagitario enjaeza con su arco a los discípulos,
y le abre paso.
Las nieves de las montañas enruladas
la presienten y destellan
del otro lado del globo.
La mujer de agua es pulpa de fruta,
el vino artesanal de la bodegas,
un tam-tam de lejano origen
que se cuela en las orquestas.
Ella es el permiso que se dan los poetas
y la condena de los indecisos.
Los campos de girasoles de la ruta
voltean la cabeza
y los pétalos se acomodan
en el cuadro del desdichado holandés
para verla pasar,
igual que a una libélula,
caballito del diablo que busca la lluvia
y encuentra al sol
por una casualidad honoraria y feliz.




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Mucho

Mucho...
no le alcanzan las palabras
es austero de expresión
no sabe decirlo de otra forma
cada vez que la encuentra
pero no la encuentra,
y la pierde entre sus papeles
cada vez que la espera
en su agujero parduzco
y se cansa de aguardar
lo inesperable
cada vez que lo sorprende
un poco de esotérica poesía...
cuando el hacedor de los tiempos
y las infamias despierta en su cama...


En este espíritu entrampado de las penas,
tumultuosos se empujan
los quemados pensamientos,
ante él,
y en silencio los recuerdos
desenrollan su largo cordón.
En tanto, con disgusto
su vida a ser intenta.
Se estremece y maldice,
se queja acerbamente
y vierte su llanto étnico,
que no se borrará
con estas tristes líneas.

Gramática del lebrel

GRAMÁTICA DEL LEBREL.



Sobre una obra de Gustavo Otero.




Gramáticas del lebrel.
La vacuidad inexistente del círculo.
Constelación de Osa Mayor y Boyero.
La ecuación bermeja del viento
en la danza
que disuelve las anáforas
en una playa sin mar.
La dalia que conturba las fábulas.
El camino de lo unitario y lo binario.
La intuición de las bandadas de aguaciles.
El loro que incita diálogos febriles y seráficos.
El himen de doncellas acuífugas,
de venas impermeables.
Lejos, una nave de mujer
oteando los yacimientos del hombre,
que asustado dibuja galgos en los lienzos,
que escapan de cuadros escarlatas
envueltos como ofrenda de los dioses.



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De compras

DE COMPRAS


Cuando la niña de azúcar cande iba de compras
traía lápices labiales
para su colección de muñecas Barbie,
hebillitas de colores brillantes
y postales de los sitios más exóticos.
La nórdica, la negra, la oriental y la ejecutiva
celebraban una fiesta alborozadas.
En los pasteles ponía silbatos y caramelos,
estrellas, despertadores de sueños,
trozos de chocolate nevado,
sapitos de juguete
y muchas claras de huevo
batidas a punto merengue.

La niña de azúcar cande nunca perdía la sonrisa.
Ni siquiera con los retos de su madre:
- Ayyy, niña de azúcar cande, futura mujer de agua:
Te has vuelto a olvidar el pan para la cena.






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El hombre de plata sale de pesca

El hombre de plata sale de pesca.
(Muelle, mosquita y recodo
sale a pescar)
Sentado bajo un palo buey
come ciruelas verdes como bellotas de encino.
Espera el pique.
Los aparejos son su única compañía.
La linterna del amanecer
va encendiéndose paulatina y fúlgida.
Lombriz y anzuelo.
Su caballería bruñida
fatiga un bote en la memoria,
y se confunde en la atmósfera flotante
que lo mece con minúsculas cábalas
de hombre solitario.
La naturaleza temprana
le regala un hermoso tigre de los ríos,
pero, le esquiva una mujer,
flora del paraíso,
con aterciopelado regazo de Carmenta,
ninfa romana, diosa de las aguas
con el don de profecías.
El hombre de plata
quiere embridar el fracaso
con manos viriles y seguras,
mas, trepida y tiembla.
Está retemblando
como el pez de los señuelos
que ensimismado
devuelve al río Paraná.