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miércoles, 31 de octubre de 2007

INTRODUCCIÓN

Introducción.






Cuando leemos un libro de poemas, escuchamos, más allá del estilo escogido, la voz del poeta. Si queremos leer una trama apelamos al cuento o la novela y si lo que buscamos es ficción, recurrimos a los diarios.
En el difuso mundo de la escritura, los límites son los que impone el autor, por lo tanto, en este Acuario Plateado por la Luna, he optado por quitarlos.
Las palabras de los personajes, con la música que les es propia, vendrán antes que las mías, sin olvidar que se trata de un libro alegóricamente autobiográfico.
Sin embargo, la mujer de agua (antes de ser sílfide fue niña de azúcar cande) no soy yo. Aclarado este punto debo advertir, como es lógico, que todos los personajes (el hombre de plata, la Zuquita, su madre del Alto Valle Serrano, el niño de cera de abejas, el hombre sintético, la mujer mediática, etc) son yo misma. Hablan de mí, por un principio que nada tiene que ver con el egocentrismo, sino porque hablar sobre uno es la mejor manera de hablar del Otro y reflejar el mundo que nos rodea.
No debe asustar al lector de los relatos el orden; a poco que se avance se comprenderá el resabido concepto de que el tiempo que vivimos y sospechamos lineal, no lo es.
El libro tiene un final posible y uno improbable.
¿Puede producirse un encuentro amoroso, real y físico, entre una mujer espiritual y el discreto bibliotecario de Barracas que la espera cada noche?
La respuesta se encontrará recorriendo las páginas que no vienen a develar el enigma sino a plantearlo y lo resuelven, caprichosamente, en cada unidad poética.
A diferencia de mi primer libro Retablo de duelos, donde por efecto del vaivén que requiere toda cosmogonía, se hace imperioso leer los poemas correlativamente, de atrás hacia adelante o viceversa, aquí esto no es estrictamente necesario para entrar en el sistema visual de esta obra, que entrego a la editorial con más temor que la primera, que fue mi tabla de náufrago en la tormenta.
Ella me está mirando con cierto recelo y con una mueca de disgusto, porque sabe que no será la última vez que hable de cosas inconvenientes para una dama que está mayorcita.
L.A.F.